Como único tripulante de la nave espacial, sus días transcurrían con más monotonía que actividad. Tenía un destino estipulado, pero las aburridas jornadas ya empezaban a hacer mella en su estado psicológico, tampoco le servían de mucho las escasas fotografías familiares que lo acompañaban; como única compañía contaba con la voz parlante del ordenador central, “Nova”, qué obedecía sus órdenes, modificaba las coordenadas y le entretenía en eternas partidas de ajedrez.
Por momentos dudaba de su cordura y se sorprendía a sí mismo hablando con aquellas imágenes decoloradas o rememorando pasajes de su vida en la tierra y junto a su familia; su adiestramiento fue exhaustivo y completo, pero la realidad diaria superaba con mucho las muchas horas de entrenamiento y su mente ya se resentía; se sentía solo, demasiado solo.
En la bodega, un lugar que visitaba lo justo por su baja temperatura, permanecían ocho personas en completo estado de vegetación química, en estado semi congelación; en busca de una vida nueva en el nuevo planeta; este era el fin de la misión, transportar cuerpos. “Nova” se ocupaba de todo, aunque el supervisaba y comprobaba que todo fuera tal y como estaba programado.
Pablo Felder. Nos ofrece un relato futurista, donde el monólogo puede ser entretenido si le pones una dosis de imaginación y mucha paciencia. Confió en el buen hacer del escritor para próximas creaciones.
Como lectora habitual, reconozco que mi torpeza en éste género me impida captar el fondo de la historia y por eso me resulta un tanto aburrida y lamento no estar a la altura del autor.
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