En colaboración con Ediciones Ortiz, este blog, tendrá el honor de leer y reseñar, el debut literario de Encarni Maldonado, mientras llega el momento y
no, y por gentileza de la autora, os dejo parte de uno de sus relatos:
ALMA
¿Qué pensaríais si os dijera que me encontraba
tumbada a orillas del Mar Mediterráneo, que el sol brillaba radiante en el
cielo, que el agua era tan transparente que podía ver el fondo marino en tonos
azul turquesa, y que todo era tan relajante que hasta la espuma de las olas me
hacía cosquillas en la planta de los pies?
Seguramente, algunos diréis "Menuda suerte tiene esta colega" o algo así como "Yo también quiero".
Pues ¿sabéis qué? Yo estaba
asqueada. Estaba harta de sol y de olas, de tumbonas y cocos tropicales. No
tenía ganas de estar de vacaciones. Me aburría soberanamente, deseaba incluso
que empezara el instituto. ¿Cuándo había deseado yo eso?
Pues imaginad como me
encontraba. Hija única de unos padres currantes, la primera vez que nos íbamos
de vacaciones los tres solos, a un pueblo perdido donde las playas vírgenes
estaban a la orden del día.
Sí, sí, todo muy bonito. Pero
yo no estaba acostumbrada a esa tranquilidad. Tenía ganas de estar con mis
amigas, de irnos de fiesta al karaoke o a cualquier pub.
Me gustaba este sitio, sí, pero
para estar dos días, no medio verano. Llegaría a casa tostada como un congüito,
eso lo podía asegurar, pero iba a estar más aburrida que una ostra.
En contraste con mi
infelicidad, mis progenitores eran realmente felices allí; les encantaba estar
rodeados de conchas y hamacas.
Podría haberme quejado, pero no
lo hice. Entré conforme en hacer esa -escapadita- de tan solo un
mes (treinta días, ya ves tú, qué era eso). Yo había arruinado su luna de miel.
No conscientemente, claro; una no elige cuando ser concebida ni cuando nacer.
Pero, según tenía entendido, mi madre había pasado un embarazo fatídico, de
esos en los que piensas " Uno y no más, Santo Tomás" . Supongo que
por eso me encontraba en esas: mis padres nunca se habían decidido a tener más
hijos, después el trabajo nos les había dado tregua, y ahora… bueno, yo estaba
más que criada, con una adolescente de quince años, a ver quién quería tener
otro hijo.
Míralos, me dije, observándolos
por el rabillo del ojo. Parecen más quinceañeros que yo. ¡Se estaban besuqueando
en medio de la playa! Pero no besos castos de esos que todos los padres se dan
cuando sus hijos son mayores y tienen uso de razón, sino besos apasionados, de
esos que te gustaría darte a ti en la última fila del cine con tu novio.
No lo entendía. ¡Estaban
desatados desde que estábamos allí! Sería el placer de estar en ese paisaje
paradisíaco, no sé, pero pocas veces me habían revuelto el estómago así.
No es que no quisiera que
disfrutaran de ese sitio, ni que no se demostraran su amor. Pero, bueno, ¡era
raro! Nunca los había visto en ese plan. Y joder, a la vez que grima, me daban
un poco de envidia.
-¡Por favor, marchaos a
un hotel!-
Decidí dejar de contemplar la escena.
Iba a investigar qué podía ofrecerme San José; ese pueblecito lleno de playas
despobladas de vida urbanística.
Debía de reconocer que era
agradable estar allí; no había visto nunca unas playas como aquellas. Rezumaban
vida por todos lados, pese a estar rodeadas de arena y ningún resquicio de
plantas.
No sabría explicarlo. Yo sabía
que estar allí sería el sueño de muchos; disfrutando de sol, arena y agua.
Pero no era lo mío.
A mí me gustaba estar en la
ciudad, ir a casa de una u otra amiga, ir de compras, quedar con César…
¡Ay, cómo lo echaba
de menos! Sus ojos azul marino visitaban mi mente a todas horas, su elegante
porte no paraba de dibujarse en mi imaginación; no podía parar de pensar en él.
Nos habíamos dejado algo muy importante a medias. Podéis continuar leyendo en
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